ESCRIBIENDO

Vacíos Existenciales

Hoy he vuelto a mirar a un punto indefinido. Ese es el presagio constante de mis incesantes pensamientos. Hacía algún tiempo que no me pasaba, hacía algún tiempo que no me paraba.
Mis ojos se han ido centrando lentamente en la corteza de un viejo arbol. Mi mente tan preocupada en cumplir con su objetivo, se ha ido olvidando del tránsito de la calle.
En pocos segundos, se ha formado una burbuja imaginaria entre ese arbol y yo, que nos apartaba del resto de la gente, nos apartaba de todo.

En plena ciudad, en ausencia de ruidos, mi mente entró en un bucle de pensamientos organizados. Los he invocado tantas veces que estoy seguro que han formado un lugar bien distinguido en mi memoria. Han pasado a ser como parte de un recuerdo.

Los pensamientos llegaban a mi consciente en forma de preguntas. Esas malditas preguntas que nunca sabía darles respuesta. Entonces, ¿por qué no dejaba de hacérmelas?
A medida que pasaban los minutos, comenzaba a percibir algún sonido, movimientos aislados de niños correteando por el parque.

Salía de la burbuja y mi visión comenzaba a ser más amplia. Me sentía vacío, también con una terrible sensación de tristeza. Ya había vuelto al mismo lugar que los demás, y aún así, me sentía mucho más lento.

En momentos así no hay soluciones fáciles, pensé. Mis actitudes de defensa ante situaciones como ésta no eran las mejores. Con la cabeza invadida por las ideas y pensamientos anteriores, decidí poner remedio.

No era la mejor solución, pero en ese momento sí la más asequible. Al parecer, después de una importante ingesta, el estómago requiere un mayor flujo sanguíneo y es por eso que nuestra mente se relaja.

Mis vacíos existenciales por esta vez, después de una corta transgresión en mi estabilidad, se iban conmigo a dormir, relajados, sin molestar, después de una gran merienda.